torsdag 9 juli 2009

Shirin

Cuando cruzaron , en tropel, el país, las huestes de Artagerges, iban machacando bajo sus cascos, los caballos , aquellas anchurosas tierras, dejando hollado y revuelto el suelo brutal de la imperecedera Persia; y sin embargo esas caballerías innumerables, jamás pudieron devastar las cúspides ventosas y heladas de Damavand y Alborz, que se yerguen para siempre como los tiernos pezones de una mujer inmensa que duerme su sueño ancestral, tendida sobre la mitad del Asia envuelta en sábanas de nieve.

Y bajo el fragor de aquellos potros semidomados, y el sudor de centauros humanizados, bebiendo el pecho de mujeres de nervio y carne, se dibujó por fin la gen que vino a dar a luz hace sólo veinte años, una tarde de arreboles dorados, a Shirin, la dulce, la de ojos que son neblíes indomesticables, en un par de nidos inaccesibles. Shirin!, la de voz que en el tumulto citadino se oye como campanilla de plata tañendo entre el caos y el griterío. Ha saltado la gacela más allá de los muros que erigió la policía clerical, para alcanzar la plenitud de su alma de mujer, lo más lejos posible de túnicas conventuales.

Ahora, desde lejos se sueña engarzando, alhajas y pedrería talladas por orfebres venerables de la antigua estirpe.

Se han sumado sus manos laboriosas a empujar la rueda del tiempo en un lejano país de laberintos asfaltados, donde los obreros en sus pausas laborales reponen fuerzas bebiendo café y contando los minutos; un país con alma de locomotora y automotores.
Allí seguirá buscando las razones que hay detrás de la paranoia de los hombres, el porqué de las injusticias de la sociedad humana; de la ingenuidad del pueblo y el despotismo de los gobernantes.

Shirin, la que de niña pastoreaba ovejas sobre los escombros de la olvidada Persépolis, vive hoy entre gentes que pastorean perros y gatos, en un país extrañamente lejano, que por las noches la succiona, hasta el fondo de su propio centro gravitatorio, y desde allí la vomita una fuerza inversamente proporcional, que la deposita en el centro mismo del paraje donde bajo un árbol frondoso, su ilimitada fantasía la llevaba hasta ciudades incógnitas; y bajo su soñadora tutela pastaba el hato preferido del patriarca.

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