onsdag 29 juli 2009

Soliloquio

Inesperado terremoto, la crisis, resquebrajando los cimientos de aquellos engranajes creídos monolíticos, aplastaba bajo los escombros la inocencia innumerable de las gentes del pueblo; mas los opios adormecedores perfeccionados con el devenir del tiempo, hacían silenciosamente su labor narcotizadora.

Bailaba el populacho alegremente sobre las primeras ruinas, y el estamento político buscaba rincones inaccesibles, cual ratones huidizos de una nave que se hunde.

Mientras tanto, al interior de la ciudad, en una noche ventosa en que las luces se batían en retirada, asediadas por una inmensa exalación brumosa; encontrose el centauro, frente a frente con el señorito aburguesado, y aquél, convencido que la iniciativa asociativa del animal, es como un vegetal en crecimiento, le habló a éste del siguiente modo:

Plantemos un árbol!…

…Las patrias, ya lo sabemos, son un invento de los poderosos para hacer que los soldaditos se maten entre sí y quedarse ellos con la fortuna que producen los obreros, los campesinos, y aquellos otros que dan su quehacer sin esperar salario alguno; los que quedan desnudos cuando cae esa noche inmensa preñada de fantasmas y de frío…

Es cierto…, tengo que reconocer que algo que no conozco hace más infinita la noche y más helado el invierno fuera de esos ridículos mojones que llamamos patria; por eso en esta estepa sin horizontes que es tu refugio y el mío, para que haya un hálito de esperanza es necesario plantar un un árbol…

Sembremos un árbol!!

Si cultivaste antes, mustios líquenes insustanciales, hoy es tiempo de cultivar un árbol que al crecer ofrezca cobijo oportuno, y puedas recostar tu espalda aunque te encuentres al centro de una pampa de asfalto como serán las tardes que te aguardan a tí, y las mías me aguardan a mí

Si en el tiempo pasado sólo sembraste breñas y hortigas, te redimirás si siembras un árbol. Un árbol te dará frutos suficientes para mitigar la sed insaciable, que arderá mañana en tu garganta tan inexorablemente como en la mía

Un árbol del que puedan multiplicar un bosque los campesinos y las avecillas

No como el árbol preferido de los jardines del señor terrateniente donde hasta la arañita cornuda debe pedir autorización para tejer su redecilla; sino, un árbol robusto y amigable, al que acudan los niños a colocar sus columpios, enmedio del griterío…

Abandona la torre de marfil! baja hasta donde anda, desvive y convive la gente, dale tu mano al pueblo y demuestra que eres capaz de plantar un árbol; simplemente para que detengan su vuelo, se posen en sus ramas los pájaros; busquen cobijo en él los desahuciados habitantes de los bosques que se mueren.

Porque yó, albañil estoy harto de construír mansiones que ya acabadamente lindas me niegan una mísera sombra bajo el ardiente sol del verano o un mendrugo de calor enmedio del gélido invierno!

Estoy harto de levantar aeropuertos para que vuelen unos pocos a las alturas celestes, mientras se arrastran los hermanos de Oswaldo Escobar como gusanos sobre el suelo

Yó carpintero me niego a seguir armando muebles que rehusan el ansia de reposo a los pies cansados de Violeta Parra

Me niego además a continuar la tala indiscriminada de los bosques porque temo la vorágine incontrolable, la rotura de la capa de ozono, el calentamiento global, que nos quedemos sin pulmones, el colapso por asfixia de la tierra entera!

No quiero ser el labrador ingenuo que seguirá cultivando el trigo de un pan que nunca bendecirá su mesa…

Y no quiero ser de los poetas del alpiste (Oswaldo Escobar Velado), gorriones, que gorjean melodías aprendidas de memoria y pican en la palma de la mano del jefe inquisidor de algún periódico oficialista!


Hizo una pausa el fantástico cuadrúpedo, y después de una profunda inflexión irguiose en su estatura para decir en voz alta hacia la ciudad semidormida:

A todos vosotros que habéis sembrado de pequeñas patrias y arbustos de plástico la tierra mía! Os incito a que plantemos un árbol!

No un bonsai prisionero y castrado, no una minúscula criatura del capricho humano!; sino un árbol fructífero, germen de un bosque imperecedero.
El señorito, que no tenía la condición de burgués, pero se conducía y pensaba como tal, muy entrenado como estaba, supo guardar la compostura, pero intimamente temblaba de miedo, por el pavor que le producía existiesen semejantes personajes y semejantes argumentos; y de ira temblaba, de odio, de impotencia de no contar en ese momento con un pelotón de guardias suizos a su servicio. Y guardó silencio, no dijo absolutamente nada, convirtiendo el intento de diálogo de aquel mitológico personaje, en un simple soliloquio.

måndag 20 juli 2009

Plenilunio

No soy experta en lunas dijo ella una vez, referida al poeta español que fue perito en aquellas. Mucho hacía que, los sables de los generales habíanle negado, luces, luceros, estrellas. En una noche cualquiera olvidaba la niña su luna que era como su abuela decía: moruna, montuna, y cascabelera.

De no cultivar la costumbre de consultar el almanaque de los periciclos de la astronomía, derivó que sorprendidas fueron no pocas sensibilidades, por la uña dorada que la última noche del solsticio rasgaba los gruesos cúmulos que bajaron por la ruta de la Osa Mayor.

Era el borde de un inmenso cuchillo de luz cortando a tajos las tinieblas abruptas.
Apareció la esfera refulgente bañando de reflejos dorados el lado oscuro de la tierra, en tanto que desde el bosque profundo percutía en heco el desespero de las fieras.

Duerme la urbe y sobre el asfalto resuenan caóticos pasos!

Es Zoraida, a quien el exilio se le reveló congénito, por lo que sólo conserva una tenue idea de la tierra de sus ancestros, lo que tal vez sea la causa de la recurrencia de sus constantes desafíos a las prohibiciones del altísimo.

No cubre en velo su exótica cabellera encrespada de negras sortijas. Rara vez prescinde de su estrecha minifalda negra que suele llevar puesta hasta en las tardes más borrascosas, y con frecuencia se da a templar su carácter con generosas copas de aguardiente puro.

En algún lugar ha quedado una botella vacía, lanza voces, Zoraida, que hacen vibrar las paredes mudas. Ríe escandalosamente después de una jerigonza, luego prorrumpe en llanto desesperado, clamando a gritos la presencia de Gaírdh bel Amín, el héroe ausente de anteriores batallas de temperamento y líbido, libradas con ardor tenaz.

Fija la vista con pavor en el bandajo dorado que pende de las alturas, corre por la calle ancha Zoraida fuera de sí, con el nombre de su amante convertido en heco estentóreo saliendo de una garganta profunda.
Sopla un viento premonitorio y cúmulos oscuros emborronan la refulgencia de la esfera del plenilunio.
Volviendo sobre sus pasos, vuelve a correr haciendo sonar los tacones de sus zapatos como castañuelas discordantes de suela y cemento. Caen en cascadas torrentes de lágrimas sobre una palpitante turgencia; los embates de su pecho trocan en aullido sobrecojedor.

Ha llegado al lado oeste del barrio, allí donde tiene su refugio Gaírdh bel Amín, quien siguiendo los hábitos del tigre, después de amar, ha buscado la soledad de su escondite recóndito.
Se planta Zoraida en los bajos de los edificios y eleva su lamento hasta estremecer el alma de los muros circundantes.

La luna llena está ahora a mitad de la bóveda azul oscuro, pasan los transeuntes apresuradamente en busca de calor humano. Deja presentirse otra vez el llamado de la bestia desde la profundidad lóbrega que se despeña más allá del perímetro urbano.

Baja Gaírdh bel Amín por la escalera del edificio hasta el piso bajo, con trémulo pulso, toma a Zoraida por el leve talle, la conduce arriba no con pasos apresurados; acerca sus labios al oído de ella y dice quedamente con la melodiosa cadencua de la lengua del profeta: -ven acá pichoncillo extraviado, haré para tí un lecho de plumas de cisne, sobre un piso de alfombras, bajo una carpa de mantas, para que no te agobie el hechizo irresistible, esa brasa candente, ese bandajo de oro, ese plenilunio hechicero que baja por el lado del septentrión.

torsdag 9 juli 2009

Shirin

Cuando cruzaron , en tropel, el país, las huestes de Artagerges, iban machacando bajo sus cascos, los caballos , aquellas anchurosas tierras, dejando hollado y revuelto el suelo brutal de la imperecedera Persia; y sin embargo esas caballerías innumerables, jamás pudieron devastar las cúspides ventosas y heladas de Damavand y Alborz, que se yerguen para siempre como los tiernos pezones de una mujer inmensa que duerme su sueño ancestral, tendida sobre la mitad del Asia envuelta en sábanas de nieve.

Y bajo el fragor de aquellos potros semidomados, y el sudor de centauros humanizados, bebiendo el pecho de mujeres de nervio y carne, se dibujó por fin la gen que vino a dar a luz hace sólo veinte años, una tarde de arreboles dorados, a Shirin, la dulce, la de ojos que son neblíes indomesticables, en un par de nidos inaccesibles. Shirin!, la de voz que en el tumulto citadino se oye como campanilla de plata tañendo entre el caos y el griterío. Ha saltado la gacela más allá de los muros que erigió la policía clerical, para alcanzar la plenitud de su alma de mujer, lo más lejos posible de túnicas conventuales.

Ahora, desde lejos se sueña engarzando, alhajas y pedrería talladas por orfebres venerables de la antigua estirpe.

Se han sumado sus manos laboriosas a empujar la rueda del tiempo en un lejano país de laberintos asfaltados, donde los obreros en sus pausas laborales reponen fuerzas bebiendo café y contando los minutos; un país con alma de locomotora y automotores.
Allí seguirá buscando las razones que hay detrás de la paranoia de los hombres, el porqué de las injusticias de la sociedad humana; de la ingenuidad del pueblo y el despotismo de los gobernantes.

Shirin, la que de niña pastoreaba ovejas sobre los escombros de la olvidada Persépolis, vive hoy entre gentes que pastorean perros y gatos, en un país extrañamente lejano, que por las noches la succiona, hasta el fondo de su propio centro gravitatorio, y desde allí la vomita una fuerza inversamente proporcional, que la deposita en el centro mismo del paraje donde bajo un árbol frondoso, su ilimitada fantasía la llevaba hasta ciudades incógnitas; y bajo su soñadora tutela pastaba el hato preferido del patriarca.